Leodegario Velázquez

Hace 239 años en la ciudad de Tixtla, perteneciente en aquel entonces a la Intendencia de México, en el seno de una familia de arrieros mulatos nacía Vicente Ramón Guerrero Saldaña, líder insurgente y consumador de la Independencia política de México. Los vientos de la libertad soplaban en el Cono sur americano y tomaban como rehén a los virreinatos coloniales para ajusticiarlos por las atrocidades cometidas en las últimas tres centurias, contra los pueblos indígenas y afromexicanos.

Pero no sería una lucha fácil para los que inmediatamente fueron tildados de rebeldes, revoltosos y subversivos por el statu quo de la época, ya que fueron perseguidos como criminales y entregados a la ley cuanto pagaron con su vida, por haberse osado levantar la voz contra la opresión y la tiranía. En 1814 un año antes de la captura y asesinato de José María Morelos y Pavón, los rebeldes que no aceptaron el indulto virreinal para deponer las armas, se habían reducido a tan solo cuatro: Pedro Moreno por Zacatecas, Guadalupe Victoria en la Sierra Gorda de Veracruz, Valerio Trujano en Oaxaca y Vicente Guerrero en las montañas del sur, todos ellos, desde sus posiciones, habían empezado la resistencia en una guerra de guerrillas contra las huestes realistas.

Fueron los pueblos Na savi de La Montaña quienes cobijaron fielmente al mulato tixtleco y donde él, encontró eco de su lucha, las mujeres y hombres de Atlamajalcingo del Monte, Pueblo Cabecera en aquel entonces, se sumaron a la lucha del caudillo suriano, hoy se sabe que el apoyo que le brindaron no solo obedecía a una afinidad política, sino que tiene que ver con su cosmología a cerca de lo sagrado, un concepto cuasi religioso de vida en el Ñuú savi. Por eso, este pueblo no solo apoyó a la causa insurgente con insumos, logística y municiones, sino también con recursos humanos.

Según testimonios de los habitantes, al llegar el Gral. Guerrero al pueblo de Atlamajalcingo del Monte, envió inmediatamente a su lugarteniente, el Jefe militar José María Sánchez para que entablara contacto con el Gobernador y líder local Cayetano Isidro y pedir apoyo para su lucha, éste a pesar de las penurias que tenía, le facilitó todos los medios posibles al jefe insurgente.

Así que, de 1814 a 1816 acampado en las colinas de Atlamajalcingo y en uno de los momentos más complicados durante la Guerra de Independencia, a través de una asamblea entre el líder local Cayetano Isidro y los señores principales, y por las imposiciones de extrema necesidad que afligía a las tropas insurgentes, decidieron como consta en los documentos oficiales conservados en la Comisaría de Bienes Comunales, firmar que “el pueblo dona a la causa que dirige el General, dos campanas de su torre histórica, un órgano de sacristía y las coronas de los santos de la iglesia de San Juan Bautista”. Estos apoyos fueron de muy valiosa utilidad para rechazar y derrotar al ejército realista comandado por Juan Bautista Piña, parapetado en el cerro La Lucerna con el auspicio de algunas comunidades aledañas.

Al llegar los insurgentes en Atlamajalcingo, llevaban como guía, estandarte, protectora y matrona a la purísima virgen de la Concepción y se instalaron junto con ella, en la cumbre del cerro, donde la acomodaron en un bordo. Al retirarse de ese lugar dos años después, se le quedó el nombre de la virgen a dicho cerro y desde entonces, se empezó a llamarse, el Cerro de la Purísima, en honor a la virgen insurgente.

Es evidente que Guerrero fue un hombre avanzado en su época que a pesar de la precaria educación que recibió, él demostró mejor que nadie que para ayudar al prójimo, no se necesita tanto, sino sentir las cosas con el corazón, en otras palabras, ser sensible ante la aflicción y el dolor ajeno. La historia humana nos ha enseñado que las grandes transformaciones conllevan también grandes sacrificios y, el General Vicente Guerrero la pagó con su propia vida, por eso, hay que recordarlo como un hombre tenaz y visionario que luchó para hacer de este México un lugar mejor para las futuras generaciones.

Aún en los tiempos más difíciles, Vicente Guerrero enarboló con su bandera las llamas de la libertad y siguió luchando por una causa que él consideraba justa y necesaria para su pueblo. Por eso, no es tiempo de olvidar al héroe que nos dio patria, a 239 años de su natalicio, hay que tomar el ejemplo de nuestros abuelos, que no titubearon al momento de apoyar a la causa de la libertad y demostrar que la estancia del General Vicente Guerrero en el Pueblo Histórico no fue en vano.