Zel Cabrera*

para Hugo Roca Joglar

I

«Será mejor no regresar al pueblo, al Edén subvertido que se calla en la fascinación de la metralla» dice el poeta Ramón López Velarde, pero ¿cómo no hacerlo? ¿cuál es el secreto para nunca volver la vista atrás y hacer algo definitivo cuando el pueblo es el origen de uno mismo? El pueblo nos va haciendo de adentro para afuera, está en nuestro paladar, en nuestro olfato, en el tono de la voz, en la forma en la que entendemos mucho de lo que nos sucede, aún cuando llevemos años lejos, hay algo que a fuerza de sentir, cruje por dentro, como una segunda piel. Uno puede salir del pueblo pero el pueblo nunca sale de uno.

Y es que desde hace doce años que yo salí del pueblo para estudiar periodismo en la Ciudad de México, vacíe buena parte de mis libreros, de los ganchos de mi clóset, vacié los cajones de mi cómoda para irme para siempre del pueblo, aunque esa huída solo fuese imaginaria, pues solo se fue una parte de mí, otra parte –como todo universitario que sale del pueblo para irse a estudiar– volvía cada fin de semana, puentes y, por supuesto las vacaciones de invierno, Semana Santa y verano.

Iguala es el origen de todo, es mi pueblo terrible que calla ante la metralla del que habla el autor de la “Suave Patria”, con sus 30 grados a la sombra en casi todos los días del año, con sus calles mal pavimentadas, con sus Recuerdos del porvenir, sus acontecimientos extraños, con sus 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, con sus tamarindos y sus empolvados centros joyeros, con sus 327 casos de COVID-19 y sus 93 fallecimientos en todo lo que lleva esta pandemia en nuestro país, y que aún así, ha logrado resistir a las olas de contagios que azotaron de peor modo a ciudades como Chilpancingo, Acapulco y Zihuatanejo.

Ya perdí la cuenta de los viajes que he hecho entre la Cuidad de México e Iguala. Cuando comencé a viajar en el 2006, guardaba los boletos del camión, nunca supe muy bien con qué propósito, sólo los metía a mi cartera para después dejarlos en una cajita de Olinalá que me regaló mi padre. Aún siguen ahí los boletos de ida y vuelta de los cuatro años que duró la universidad, es un fajo de más de 300 viajes que posiblemente alguna vez me anime a tirar, mientras tanto, permanecen. Soy una turista intermitente entre la ciudad en la que nací y la ciudad donde crecí.

En realidad, aunque me pese admitirlo, suelo regresar a Iguala con una frecuencia aceptable pero desde que fuera declarada la Jornada Nacional de Sana Distancia en el país, es decir, hace casi seis meses, que no pisaba el terruño guerrerense, que mantuve contacto con mis padres y mis parientes unicamente a través de llamadas, videollamadas y mensajes. Hablar con ellos era mi única dosis de pueblo después de que se terminara el queso en polvo, la cecina, el chorizo y las tortillas que suelo guardar en el congelador para cuando el antojo se une a la nostalgia.

Seis meses de no venir al pueblo, de esperar a que el semaforo epidemiológico cambie de color para volver, esta vez quizá por un tiempo indefinido.

II

Estoy en una notaría guerrerense, vine a hacer un trámite que dejé pendiente desde que empezó el confinamiento y la Jornada Nacional de Sana Distancia. Es la Notaría No. 1, ubicada en la calle de Maya, en la calurosa Iguala de la Independencia. Al entrar, una señorita me rocía líquido desinfectante en la ropa, el cabello y las manos con un spray, ambas traemos cubrebocas, me hace limpiarme las suelas de los zapatos en un tapete especial con cloro, me pide que tome asiento y me dice que en un momento el notario podrá atenderme.

Busco un asiento desocupado, el lugar esta ligeramente lleno pero hay sitios libres para sentarse, el aire acondicionado mitiga un poco los 30 grados que hacen afuera.

Tomo asiento casi en la esquina de la notaría y observo a las demás personas que igualmente esperan turno conmigo, todos llevan su cubrebocas salvo una chica de unos 20 años que habla y habla sin parar en la ventanilla.

A dos sillas de mi silla, un señor lleva una playera blanca con la foto de una mujer joven y la frase: “Te quiero, hija, y lucharé hasta encontrarte”. Durante unos segundos observo al hombre que platica con lo que parece ser su cliente, discuten sobre algo que no atino a descifrar. La playera del señor no se observa desgastada pero los parches con las fotos de la chica, sí. Se ha lavado tantas veces que las imágenes se han despegado de las orillas, aún así logro ver los rasgos de la joven en la foto, su nombre, unos números que posiblemente son una fecha. Hago un cálculo mental, la mujer de la foto no debe pasar de los veinte años.

Ingreso el nombre de la chica en el buscador de internet en mi teléfono para ver si puedo obtener mayor información, pongo entre comillas “Dafne Sánchez Delgado” y el primer resultado es una nota en el portal de Sin Embargo con una cabeza que dice: “Dafne, 19 años, ganó una carrera de motos. A alguien “no le gustó”: lleva más de un año desaparecida” fechada el 4 de febrero de 2019, es decir, que en realidad Dafne lleva más de dos años desaparecida o posiblemente muerta como las más de 200 mujeres que fueron asesinadas en Guerrero solamente el año pasado y cuyos feminicidios siguen sin tener justicia.

En la nota de Sin Embargo se relata que su desaparición probablemente tiene que ver con un nuevo grupo criminal denominado Gente Nueva y cuyo lugar de operaciones está en Iguala, que “desapareció tras una riña con una motociclista del grupo delincuencial Gente Nueva” y aparece una foto de la playera blanca del señor que tengo a dos sillas de mi silla, pero un poco menos deteriorada, esta vez la lleva una mujer.

Continúo mi lectura, dos párrafos más abajo en la nota, se puede apreciar una foto del mismo hombre que tengo al lado, abraza a dos mujeres, es él, su mismo peinado, la forma de sus orejas. La nota refiere que se llama Fabián Delgado, por un momento dudo sí es él pero su cliente también lo llama “Fabián”, es, sin lugar a dudas, el padre de Dafne Sánchez Delgado.

El señor sentado a dos sillas de mi silla perdió a su hija el 3 de enero de 2018, la nota del portal señala que: “Ese día unos hombres entraron a su casa, donde viven su mamá y su hermana y se la llevaron junto a un amigo que fue a visitarla. El papá de Dafne creyó en un principio que realmente fueron por su amigo Yair, apodado “Macaco”, a quien conoció en los clubes de moto. […] El cadáver del joven fue abandonado dos días después en la colonia El Capire de la ciudad de Iguala”.

Mientras leo la nota, la mujer de la recepción me pide mi nombre y mi credencial de elector para poderle dar continuidad a mi papeleo antes de ver al notario, pauso mi lectura y atiendo la solicitud, cruzo la fila de sillas y vuelvo a mi asiento a seguir leyendo sobre Dafne.

Encuentro otra nota, esta vez una del sitio llamado Pie de Página. Completo en mi cabeza algunas de las primeras preguntas que se me vinieron a la mente y que quise preguntarle a don Fabián bajo el pretexto: soy periodista.

Pero no es necesario, mucho de lo que podría preguntar ya está en la red, incluso en entrevistas y declaraciones que don Fabián Sánchez ha hecho durante este tiempo en el que su hija ha estado desaparecida.

Ha pasado media hora desde que entré a la notaría y ya le reconozco como a ese tío que miras en las fiestas familiares.

III

Salgo de la notaría no. 1 de Iguala de la Independencia, me desinfecto las manos y los antebrazos con el pequeño gel antibacterial que traigo en el bolsillo del pantalón. He realizado el trámite que llevaba meses postergando y ya no tengo nada a qué volver en días próximos. Mi diligencia fue exitosa. Adentro se queda el señor Fabián Sánchez, padre de Dafne Sánchez Delgado, desaparecida el 3 de enero de 2018. Una parte de mí se queda con él, aunque no lo sepa, aunque yo no tuviera el valor de hablarle y decirle lo que leí en internet sobre su hija, sin que pudiera decir que lo sentía, que nadie tiene que dejar el pueblo en contra de su voluntad y menos a los 19 años.

Pienso en una frase que repite Hugo Roca Joglar en su libro de cónicas Días de jengibre (FETA, 2018) cuando de retratar los hechos violentos se trata, cuando de crueldad se trata y que me ha marcado: Estos terribles días mexicanos, y que he hecho mía diciendo Estos terribles días guerrerenses para englobar todo el dolor que se ha vivido estos años, llenos de desapariciones y violencia desde que el crimen organizado y la impunidad se hicieron algo normal en Guerrero.

Salgo de la notaría repitiendo esa frase: Estos terribles días…

*Zel Cabrera es poeta, traductora y periodista mexicana. Becaria del Programa de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fonca 2017-2018 y de la Fundación para las Letras Mexicanas flm 2014-2015. Autora de cuatro poemarios. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018.