A Victorino no lo deportaron, regresó en cenizas a causa de la Covid-19.

Manuel Hernández

A pesar del fuerte calor que hacía en la ciudad de Tlapa de Comonfort, centro económico de la región la Montaña, Doña Martina Gervacio Alejandro se abría camino entre la gente y los carros que atiborran las calles con dirección a la capital del estado de Guerrero para reencontrarse con su hijo.

El sueño de doña Martina era volver a ver a su hijo y estrecharlo entre sus brazos, pero la Covid-19 acabó con la vida del joven migrante. Ya rumbo a Chilpancingo, ella se lamentaba y decía que a su hijo lo había deportado una enfermedad, aunque el silencio fue el compañero de estás largas 4 horas de camino; por ratos se expresaba en su lengua nativa, el Tu’un Savi (mixteco), y decía que su hijo había muerto porque nunca había dejado de trabajar, nunca se puso en cuarentena, confió mucho en su juventud creyendo que no se enfermaría, hasta ella creyó eso porque escuchaba las noticias donde hablaban del grupo más vulnerable y ella confiaba que Victorino jamás se enfermaría porque no tenía ninguna enfermedad crónica y era muy joven, nunca pensó que su hijo de apenas 25 años terminaría muriendo lejos de su tierra, sin hijos ni esposa. Por ratos miraba por las ventanas del carro y veía a su paso los surcos de maíz, la milpa brotando de la tierra, la vida continuaba, pero ella seguía lamentándose con el corazón roto.

Cayó la noche y doña Martina se preparaba para recibir a su hijo tronándose los dedos, bajó del coche con la mirada hacia el cielo, acompañada de su sobrino entró a la funeraria para recoger la urna. En la oficina de la funeraria parecía que no pasaba nada, la atendieron amablemente, ella dijo que iba por su hijo, aguantándose el llanto lo nombró; Victorino Narciso Gervacio, inmediatamente le trajeron la urna de las cenizas con unos papeles, le pidieron su identificación oficial y pidieron su firma para terminar con el trámite de entrega, doña Martina veía la urna de su hijo y sus ojos se llenaron de lágrimas, se resistía al llanto y lloró en silencio al recibir las cenizas de su hijo, quizás porque le daba pena o porque durante siglos a los indígenas les han prohibido llorar sus muertos en público.

Salió de la funeraria con la misión todavía no cumplida, ya que tenía que regresar a Tlapa y de Tlapa trasladarse a Ixcuinatoyac, un pueblo anclado en el municipio de Alcozauca, uno de los 19 que conforman la zona indígena.

Durante el viaje de regreso a Tlapa empezó a llover y uno de los acompañantes decía que hasta el cielo lloraba, en la visión Ñuu savi la lluvia no solo es vida, es llanto, es tristeza, acompaña y avisa los malos o buenos tiempos. La neblina cubrió fatalmente la carretera, la tristeza profunda que los familiares traían encima, al menos la naturaleza también mostraba sensibilidad y acompañamiento.

Ta vaxi ndi ichi, ya´a ni ndeé kixa kuú savi ña ñuu Papaxtla, ka´a in ta vaxi xí ndi. Un nda savi xaku xií yo, savi ras uvi niína ya va´a kaa ra, sava xaku ra xio, sava kusuchi ini ra xío.

La historia se repite, los problemas económicos resaltan, la señora Martina narra que su hijo decidió migrar porque él y sus hermanos habían quedado huérfanos de padre. A sus 17 años, Victorino decidió irse a Estados Unidos, había gente del pueblo que se fue a probar suerte como dice ella, y mejoraron su situación económica, ya sin el padre alguien tenía que sostener a la familia y esta suerte la corrió Victorino que se contactó con un coyote a cambio de una considerable suma de dinero.

Xuu kia koó kachi ña, ña Martina ndatu´u ña ndi, kua sea´a in ka xío chi na kindoó nda´avi kuna, ta xau´u uvi kuiya ta Victorino ki kua ra, xa kua´a na ñuu ra ndixaá ta vaá keé na, ta ñaka kia chikaá ra ndeé ra kií ra ichi, ya na kuvi chindeé taá ra xií na ve´e ra. Ta yaka kia nduúku ra in ta saya´a na yuvi chi in ka xí, cha´a vi ra vií xuu.

Victorino llegó a New York en el barrio de Manhattan, lugar donde la Covid-19 lo doblegó, empezó a trabajar en un restaurante como lavaplatos, después ascendió a cocinero, cuando se enfermó siguió trabajando porque necesitaba el dinero, además en su trabajo le dijeron que él era muy joven y podía aguantar. Su mamá se asincera y cuenta que a ella le preocupaba más que su hijo consumiera alcohol y perdiera la vida en algún accidente, nunca imaginó que pasaría esto, él estaba muy joven.

Victorino vivió en un departamento junto con otros paisanos de la región y su cuñado Fidel Manzano, quien lo llevó al hospital al notar que Victorino ya no podía respirar, como no estaba aparentemente grave pensaron que pasaría, se llevaron una sorpresa amarga al darse cuenta que en vez de mejorar cada día empeoraba, después de diez días se lo llevaron al hospital de urgencia en donde le diagnosticaron Covid-19 y lo internaron. Fue la última vez que su cuñado lo vio y se despidió de él esperando recibirlo vivo, lo internaron el 18 de marzo y falleció el 1 de abril, a los 13 días de estar hospitalizado su cuerpo no aguantó más.

La amarga noticia llegó a la Montaña, le rezaron y le realizaron un velorio simbólico con un retrato de Victorino porque no sabían si su cuerpo lo entregarían, ya que por la crisis todo estaba difícil, pero su cuñado y un tío se mantuvieron atentos, la única opción que les dieron fue la cremación. Esperaron más de tres meses para que las cenizas del joven indígena migrante regresaran a la tierra que lo vio nacer y así darle cristiana sepultura. Su madre triste y ya con llanto dice que el único consuelo es tener a su hijo en su pueblo, el lugar en donde nació y creció y donde descansará para siempre.

Victorino Narciso Gervacio

Victorino nació el 28 de noviembre de 1994, el segundo de seis hermanos, dos hombres y 4 mujeres, el otro varón tiene 16 años, casi la edad de Victorino cuando decidió migrar, apenas pudo concluir la primaria, su trabajo campesino era labrar la tierra, pero eso no le alcanzaba para mejorar la situación familiar. Dice su mamá que será difícil para todos, ya que era quien asumía todos los gastos de su familia, era el que velaba por sus hermanos, ahora vivirán otra etapa asi como otras muchas familias que perdieron a los suyos principalmente en Nueva York y en otros estados de Norteamérica. Ganaba 700 dólares a la semana, a veces enviaba dinero cada 15 días o al mes y con eso construyeron su casa, ahora dice Martina que de alguna manera tendrán que sobrevivir. Doña Martina considera que las malas noticias seguirán llegando en el pueblo, ya que dos más de Ixcuinatoyac fallecieron de Covid-19 al otro lado y su familia sigue esperando su regreso, “que mi hijo me lo hayan entregado ya es una esperanza de que los otros regresarán también”.

Doña Martina es Campesina y ama de casa, ella es una de las muchas mujeres de hierro que se esfuerzan día a día por sacar adelante sus hijos, ella es parte de las miles de historias parecidas de la Montaña, donde al irse el esposo o al morir se convierten en las jefas de familia. Lloran cuando un hijo parte, pero la esperanza es que mejorará su situación, esta esperanza se desvanece cuando los que se fueron regresan muertos, Doña Martina dice nadie espera algún muerto, la muerte nunca avisa llega tan rápido como las noticias malas.

A las 12: 30 de la noche ya estábamos en Tlapa, de regreso, doña Martina y su sobrino descansaron en la casa de unos familiares y a la mañana siguiente partieron para su pueblo natal, donde le hicieron un rezo y lo llevaron a enterrar ya que desde abril tuvo su funeral.

19 de las 23 urnas, del total de 245 que arribaron en un avión de la Fuerza Aérea Mexicana provenientes de Estados Unidos, son de migrantes de la Montaña, como lo es el caso de Manuel Morelos García de Xalpatlahuac a quien le hicieron un funeral según la costumbre, prepararon comida para sus invitados, a pesar de la pandemia despidieron a su familiar pero con la asistencia de pocas personas.