Abel López Rosas

Al salir de su pueblo natal, Ahuacuotzingo, Ranferi Hernández Acevedo pasó a revisar su parcela. Había sembrado maíz, frijol y calabaza. Hubo buena lluvia en la temporada y estaba satisfecho con los resultados de la cosecha, así que cortó unas calabazas para, más tarde, prepararlas con panela y comerlas con su familia. Lo acompañaban su esposa, Lucía; su suegra, de 94 años, Juana (mejor conocida como doña Juanita), y su ahijado, Toño. Su destino era su casa en Chilapa de Álvarez, ubicada en el barrio de La Villa. Salieron de Ahuacuotzingo a las 17:30 horas. El viaje normalmente es de una hora, por lo que debieron llegar a Chilapa a las 18:30 horas, aproximadamente. Sin embargo, nunca llegaron.

Ranferi y su familia fueron interceptados en su paso por la comunidad de Nejapa, ubicada a escasos diez minutos de Chilapa. Hombres armados los retuvieron para torturarlos, asesinarlos e incinerarlos. Muy cerca del lugar, aproximadamente a un kilómetro, se encuentra un retén permanente del Ejército Mexicano. Los militares no hicieron nada para auxiliarlos. En Chilapa nunca se ha entendido la razón de ser del retén militar: no resuelve ningún problema, no resguarda a la comunidad, ni la auxilia, ni la protege. A un kilómetro del retén militar una familia estaba siendo brutalmente asesinada y los militares permanecieron en su puesto.

Vidas truncadas

Juanita Dircio Barrios. Originaria de la comunidad de Ayahualco, municipio de Chilapa de Álvarez, tenía 94 años. Su vejez transcurría en su hogar en el barrio de La Villa de Chilapa. En esa casa vio crecer a sus hijos. Juanita era una mujer muy alegre, disfrutaba mucho el baile y le gustaba sobre todo la canción El zopilotito. También era muy buena cocinera, entre algunas de sus especialidades estaban el adobo de puerco, el mole rojo y verde, el chilate de res, el socorrido de huaje y de chile seco. Desde que se fracturó un tobillo, hace algunos años, se vio obligada a apoyarse en una andadera para caminar. Los días de doña Juanita estaban llenos de alegría por la visita cotidiana de sus nietos y las atenciones generosas de sus hijos. Sobre todo las de Lucía, su única hija mujer: iban juntas y se acompañaban a donde fuera. Doña Juanita siempre estaba al pendiente de dónde iría Lucía para irse con ella. Aquel 14 de octubre no fue la excepción. Su avanzada edad y estado físico no les importó a los asesinos.

Lucia Hernández Dircio. Originaria de la comunidad de Tlalpizaco, municipio de Chilapa de Álvarez. Madre de cinco hijos. Tenía cuatro años de haberse jubilado de su trabajo como administrativa de la SEP. Lucía, además de cumplir con su trabajo, siempre estaba al pendiente de sus hijos y de sus nietos. El compromiso con su familia la llevó, además, a atender la papelería que puso para solventar los gastos de los estudios de sus hijos. En medio de sus jornadas no se olvidaba de tener lista la comida a tiempo, ni de atender a su mamá, doña Juanita, a quien cuidaba desde que falleció su padre. Lucía heredó la sazón de doña Juanita así que también era un placer disfrutar sus comidas. Fue una mujer formada en la cultura católica de la población de Chilapa: todos los días asistía a escuchar misa y pedía por la salud y bienestar de su familia y de su comunidad. Aquel 14 de octubre, antes de salir de Ahuacuotzingo hacia Chilapa, tenía planeado pasar a la terminal a comprar su boleto para visitar a sus hijas que radican fuera del estado. Siempre que salía de viaje oraba para llegar con bien a su destino. Sus oraciones no fueron escuchadas aquel 14 de octubre.

Antonio Pineda Patricio. Originario de la comunidad de Nejapa, municipio de Chilapa de Álvarez. Tenía 27 años de edad. Trabajaba duro para darles una vida digna a sus tres hijos. Era una persona de “sangre liviana”: le caía bien a todas las personas que conocía. Dos años antes de aquel 14 de octubre había logrado construir su casa de techo de lámina en un lote que le regaló su abuelito. De ocupación chofer, trabajaba con su padrino Ranferi, a quien apreciaba mucho por los consejos que le daba. Estos consejos le ayudaron a dejar la bebida. Acababa de comprar una camioneta usada para poder pasear con la familia. Tenía en mente tener una hija para que su esposa tuviera su compañerita. Su modesta casa estaba muy cerca del lugar donde fue asesinado con sus padrinos. En aquellos momentos su mayor deseo seguramente fue poder huir y estar con su familia. Los asesinos no pensaron en la familia que destruyeron.

Ranferi Hernández Acevedo. Reconocido luchador social originario de la cabecera municipal de Ahuacuotzingo. Ranferi encontró en la lucha social una forma de ser, la única forma de vivir con dignidad. Para él era un deber luchar todos los días, así que desde que despertaba, a las cinco de la mañana, hasta las once de la noche, la hora en que solía dormir, andaba de un lado a otro, donde se necesitara su presencia. Sus pensamientos y sus acciones giraban en torno a cómo enfrentar las injusticias y los abusos que viven los pueblos indígenas y los campesinos de su estado natal. Su origen campesino, su forma de hablar clara y directa, hicieron de Ranferi un líder social que llegaba a los sentimientos de los campesinos de manera natural.

En su trayectoria de vida, como señaló Luis Hernández Navarro, «se cruzan muchas de las claves del movimiento popular guerrerense: lucha cívica, movimiento social, reivindicaciones gremiales, participación electoral y autodefensa». (La Jornada, 24 de octubre de 2017).

Ranferi comenzó a participar en el movimiento social en 1987 cuando, en el contexto de las elecciones presidenciales, se conformó el Frente Democrático Nacional. Posteriormente participó en la fundación del PRD en Guerrero, pero, lo más importante, es que fue fundador de diversas organizaciones, tanto campesinas como multisectoriales de carácter nacional: la Unión de Organizaciones de la Sierra del Sur, la Organización de Pueblos y Colonias de Guerrero, el Frente Amplio para la Construcción del Movimiento de Liberación Nacional, el Movimiento Social de izquierda, el Movimiento Popular Guerrerense y, recientemente, la Organización Indígena Campesina Vicente Guerrero. Su trayectoria tuvo un momento crucial en la lucha por el esclarecimiento de la masacre de 17 campesinos en el vado de Aguas Blancas, Guerrero, ocurrida el 28 de junio de 1995. En ese momento Ranferi era diputado local y desde ahí exigió el esclarecimiento del caso. Pero no sólo eso, también responsabilizó, directamente y sin tapujos, al cacique y exgobernador Rubén Figueroa Alcocer. Por esta razón fue perseguido y calumniado: el congreso local lo desaforó y sufrió varios intentos de asesinato. Tuvo que salir exiliado en 1997. En 2001 pudo regresar a México para continuar la lucha en defensa de las comunidades.

En 2017, Ranferi participó en la conformación de la Coordinadora Pro AMLO en Guerrero. Junto a varios expresidentes del PRD en la entidad, como Saúl López Sollano, Félix Salgado Macedonio y Eloy Cisneros Guillén, buscaban impulsar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República. La Coordinadora lo había propuesto para contender por la diputación federal del distrito sexto. Su arraigo en las comunidades de la región de Chilapa y su experiencia política serían muy importantes para la campaña que se avecinaba. Estos planes fueron truncados por su asesinato. Cabe destacar que el distrito federal sexto de Guerrero es el único del estado en donde Morena no ganó ni una elección. El golpe tuvo resultados.

El asesinato de Ranferi, claramente es parte del terrorismo de Estado que se ha sedimentado como forma dominante de hacer política en México. Con una racionalidad políticamente calculadora han asesinado selectivamente a diferentes dirigentes campesinos en el estado de Guerrero: Arturo Hernández Cardona (el 30 de mayo de 2013), Raymundo Velázquez Flores (el 5 de agosto de 2013), Rocío Mesino Mesino (el 19 de octubre de 2013), Luis Olivares Enríquez (el 10 de noviembre de 2013) y Ranferi Hernández Acevedo (14 de octubre de 2017). Todos durante el sexenio de Enrique Peña Nieto y durante las administraciones de los gobernadores Ángel Aguirre Rivero (en su segundo periodo) y Héctor Astudillo Flores. La impunidad y la cínica complacencia de las diferentes autoridades son el signo de estos asesinatos.

En un foro organizado por Casa Lamm en la Ciudad de México, en noviembre de 2013, Ranferi dijo tajantemente su pensar respecto de la lucha: «Hemos sostenido que en ningún momento vamos a abandonar esta lucha, porque no hemos llegado a esta lucha para hacernos ricos, para ocupar puestos. Hemos llegado para buscar que se haga justicia, para cambiar las condiciones de vida, tan desgraciadas, que nos ha tocado vivir. Por eso estamos aquí. No podemos permitir que se siga golpeando con tanta saña a nuestro estado de Guerrero». Que estas palabras queden como testimonio perenne del carácter irrenunciable de su lucha. Carácter que, estamos seguros, sostuvo frente a sus asesinos hasta el último momento de su vida.