Fotografías y crónica de Carlos Maruri

El pasado fin de semana, se dio a conocer la noticia que los restos humanos encontrados en un paraje abandonado en las inmediaciones de la alcaldía de Tláhuac, al sur de la Ciudad de México, pertenecieron en vida a una pequeña de al menos 7 años de edad, que en vida llevaba el nombre de Fátima Cecilia Aldrighett Antón, la cual fue sustraída de las instalaciones de la escuela primaria Enrique C. Rébsamen, localizada en la colonia Santiago Tulyehualco, en la alcaldía de Xochimilco.

Días después de su desaparición, el cuerpo de la pequeña fue encontrado en bolsas de plástico con señales de tortura, el cual fue reconocido gracias a pruebas genéticas que se le practicaron al cuerpo. Vecinos del pueblo de Tulyehualco iniciaron una serie de protestas en torno al caso de la niña Fátima, entre las que destacaron el cierre de las avenidas principales y diferentes marchas, todas con el mismo objetivo: exigir justicia.

El lunes, desde temprana hora, familiares, amigos y vecinos se dieron cita para empezar una serie de homenajes. Durante todo el día, la familia recibió muestras de sororidad por parte de colectivos que llegaban al domicilio, muestras de cariño por parte de vecinos del pueblo, así como solidaridad de vecinos de pueblos circundantes.
El Funeral

Al caer la noche, entre aplausos, porras y exigencias de justicia de todos los asistentes, Fátima fue recibida en las puertas de la casa en la que vivió solo siete años. Después de minutos de su llegada, apareció caminando de entre la gente la madre de Fátima, María Magdalena Antón, exigiendo justicia no nada más por su hija, sino por todas las demás. Al estar a tan solo unos pasos del ataúd de su pequeña hija, se quebró en un llanto profundo y desgarrador.

A partir de ese momento, fue visitada por seres queridos, compañeros de escuela, amigos y demás asistentes que se unieron al profundo dolor que embarga a la familia por tan grande pérdida.

El cortejo fúnebre
Las actividades en las inmediaciones del domicilio de la familia Atón se realizaron desde temprana hora. Al exterior de donde se encontraba la pequeña, fue colocada una ofrenda de veladoras, donde se podía leer el nombre de “Fátima”, así como arreglos florales que rodeaban el féretro. Familiares, amigos y vecinos despidieron y dieron el último adiós a la pequeña Fátima de su domicilio en Xochimilco. Con una misa de cuerpo presente, los asistentes, entre sollozos y lágrimas, unieron plegarias por el eterno descanso de Fátima Cecilia Aldrighett Antón.

Camino al panteón

Con música de mariachis empezó la procesión del cortejo fúnebre de Fátima. Al salir de su domicilio ya la esperaban cientos de niñas y niños con globos blancos en la mano, haciendo una valla humana para guiarla en su recorrido por las principales avenidas de todo un pueblo que llora la desgracia de la familia Antón.
Familiares de la pequeña fueron los encargados de llevar el féretro en hombros durante todo el trayecto hasta el panteón del pueblo de Tulyehualco. A la despedida de cuerpo presente, se unió un mar de gente; era una caravana inmensa que recorrería el último trayecto por las avenidas del pueblo.El sol abrasador no impidió que la gente recorriera, junto con Fátima y su familia, este largo y amargo camino hasta su última morada, el panteón de San Sebastian Tulyehualco.

Durante el trayecto al panteón, el cortejo y el pueblo hicieron una parada. Llegaron a la escuela primaria Enrique C. Rébsamen, de donde Fátima fue secuestrada por una mujer y donde sería vista por última vez con vida. Al llegar al pie de la entrada, fue colocado el féretro, y con gritos y protestas exigieron justica a las autoridades de la institución.


Los mariachis solo callaron en la escuela primaria, ahí fue la mitad del camino antes de llegar al destino final de la pequeña. En las inmediaciones del lugar de su eterno descanso, ya la esperaban un centenar de asistentes, en hombros de familiares y con muestras de cariño se fue acortando la distancia, hasta que llegó al pie de su tumba.

Los mariachis tocaban con más ganas, mientras los aplausos y las porras no cesaban, el momento parecía interminable; en este momento fue cuando los sollozos empezaron a silenciar a los músicos, las lágrimas empezaban a brotar de toda una comunidad. Y fue ahí cuando familiares más cercanos rodearon y abrazaron fuertemente por última vez el ataúd con los restos mortales de la inocente pequeña; con lágrimas en los ojos y un llanto desgarrador, despidieron a su niña, que fue entregada a los encargados de darle cristiana sepultura.

Con agua bendita y un puño de tierra, dijeron adiós a un ser querido, a una hija, a una hermana, a una pequeña inocente, a una víctima de feminicidio, a una víctima de la inseguridad que pareciera, es el pan de cada día en esta ciudad y sus alrededores, a una pequeña niña con una inocencia enorme, a tal grado que confió en esa mujer al tomarla de la mano e ir por las calles del pueblo hasta desaparecerla, para que después le fuera arrebatada la vida violentamente por las manos de unos monstruos que se hacen llamar humanos.
